Breves noticias históricas sobre el santuario

  (Traduzione a cura di Teo Tanca)

 

 

En este valle, al que ya en 1500 se le denominaba del Desierto, sólo estaban bosques de castaño, único recurso de sobrevivencia que ofrecía este lugar hasta el año 1950.

Estos mismos bosques tenían unos secaderos, es decir casitas de ladrillo con al interior unas rejas sobre las cuales poníanse las castañas por secar.

Exactamente sobre uno de estos secaderos, cuya real existencia atestigua la ennegrecida pared esterior que se encuentra detrás del altar mayor, había sido pintada, por mano desconocida y muy burdamente, la imagen de la Virgen con el Niño Dios sentada en trono.

Dicha imagen, año tras año, fue manipulada varias veces hasta que se cambió la figura misma. En el año 1964, gracias al cuidado del profesor Gabriel Cena, se recuperó la imagen primigenia.

 

Os preguntaréis sin duda por qué un santuario se construyó en un lugar tan yermo. Os vamos a ofrecer en seguida la explicación.

La tradición popular cuenta que en 1724 la Virgen del Desierto hizo aquí un gran milagro.

Por uno de los senderos que unían a la Liguria con el Piemonte del Sur, íbase caminando una mujer al lado de su hijo, ciego y mudo desde el nacimiento. Aquella madre había empezado su viaje en Finale Lígure (Savona) rumbo a la ciudad de Ceva (Cúneo) donde le habían dicho encontrarse a un doctor capaz de curar a los ciegos.

Por la tarde, después de haber llegado alrededor de la Virgen del Garbazzo o De las tres fuentes (lugar llamado así por la frecuente presencia de aguas) y haber encontrado el secadero del que hablábamos antes, se puso a rezar por delante de la sagrada imagen pidiendo, acaso, ayuda para el largo camino que todavía le quedaba por hacer o para que la Virgen le otorgara la gracia para su hijo.

Al día siguiente, por la mañana, la mujer rezó otra vez ante la Virgen del Desierto y mientras se ponía en marcha, su hijo que, como sabemos, nunca había visto y oído, le dijo: «Mamá, ¡lo hermosa que eres!».

Este fue el gran milagro. La mujer corrió en seguida al pueblo, que estaba debajo del valle, divulgando el acontecimiento.

 

Desde entonces, por dondequiera, empezaron a llegar romeros al Santuario de la Virgen del Desierto, que hacía y sigue haciendo milagros y otorgando gracias. Ya en 1726 se hablaba de un número de presencias que rozaba, en los días festivos, las seis mil personas.

 

En septiembre de 1726 el Obispo de Alba, en cuya diócesis estaba el Valle del Desierto, dió espediente con que autorizaba la construcción de una primera iglesia, bajo el título del SAGRADO NOMBRE DE MARÍA.

Los feligreses de los lugares circunstantes, trabajando incansablemente, acabaron la construcción de la pequeña iglesia en el invierno entre 1726 y 1727.

El lunes de Pentecostés, día 22 de 1727, la iglesia fue bendecida y se celebró la primera Misa a la cual participaron unas cinco mil personas.

En el año 1796, durante la Revolución Francesa la capilla padeció muchos daños; se distruyeron todos los documentos históricos, se quemaron cuadros y otros objetos de piedad y valor: eso acaeció por dos veces. Pero la iglesia no fue derrumbada y las partes dañadas pudieron restaurarse.

En 1809, el Papa Pío VI, el cual había pasado una noche en Milésimo, concedió Indulgencia Plenaria a cuantos, confesados y comulgados, rezaran por sus intenciones.

 

Debido a la falta de espacio, por causa de las grandes muchedumbres que acudían al Santuario, en 1867, se reconoció la necesidad de construir un Templo mas largo. El Santuario actual, con planta de cruz griega  y única nave central, donde ocho pilares hexagonales sostienen una cúpula redonda que mide 53 metros de altura y dos capillas laterales, se acabó de construir en 1868 (pero no de cabo a rabo según el proyecto del geómetra Bertero de Carmagnola) gracias al trabajo de todos los romeros que al Desierto acudían.

En 1893, el Papa dió permiso, bajo petición y súplica de Monseñor Plácido Pozzi, entonces Obispo de Mondoví, para que se coronara la imagen de la Virgen y del Niño Dios.

 

Para embellecer más el nuevo Santuario, desde 1946 hacia 1952, el Canónigo Don Ruffino, entonces rector, encargó al Maestro Adalberto Migliorati que pintara el ábside. Dos entre sus alumnos acabaron la obra después de su muerte (1952) con la cúpula grande y la más pequeña.

Desde 1961, por obra del Rector Don Vignolo, se le reconoció al santuario el estado de Parroquia: esa se compone ahora de unas sesenta personas entre las cuales hay muchos niños.

 

Las festividades principales del Santuario empiezan con el segundo domingo de septiembre y, después de 1994, siguen hasta el primer domingo de octubre. Las fiestas que se celebran son: EL SAGRADO NOMBRE DE MARÍA, LA VIRGEN DE LOS DOLORES, EL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA y la FIESTA DE LAS FAMILIAS y la de los ANGELES CUSTODIOS.

 

Al interior del Santuario se encuentran dos colecciones de cuadros exvoto: la primera, hecha con carboncillo, por el pintor José Barlocco de Milésimo y la segunda, sobre lienzo, por el pintor Carlos León Gallo de Cairo Montenotte. En un lugar junto al santuario hay también una muestra de fotografías donde se reúnen documentos históricos e imágenes de antaño que permiten reconstruir casi toda la vida del santuario.

 

El Santuario posee también un órgano que se construyó en 1855 por obra de los hermanos Agati, obreros en Pistoya. Su fabricación es anterior a la del santuario porqué había sido hecho para otro santuario, el de Nuestra Señora de la Misericordia en Savona. Lo vendieron en 1927 a la Parroquia de Milésimo al precio de 5000 liras (el valor con que lo estimaban era de 1500) y lo colocaron en el santuario: hoy en día se sigue utilizando para acompañar la liturgia eucarística. A partir de 1997 (año de su restauración) en los veranos, se ejecutan conciertos de música organística.

 

Les deseamos a Vds. una feliz visita.

 

 

ORACIÓN

 

O María, Virgen del Desierto,

Tú nos esperas paciente

con tu corazón de Madre

en el silencio de este valle.

 

Tu mirada amorosa

nos inspira confianza,

y renova en el corazón la gracia

de una esperanza llena de paz.

 

No nos dejes, o Madre,

en los áridos desiertos

de nuestras duras pruebas,

de nuestras cruces desesperadas,

de nuestras amargas soledades.

 

Haz que te encontremos cada vez

en nuestro camino;

haz que te recibamos siempre

en nuestras casas;

para que tu estimulante presencia

nos guíe en los senderos del Evangelio,

con una fe más pura,

con una esperanza más fuerte,

con un amor fiel.

 

Muéstranos, o Madre,

durante el trabajo de cada día,

a tu Hijo Jesús;

para que podamos encontrarnos

con Él en la eterna alegría.

 

Amén.

 

 

(Don Enrique - Obispo)

 

 

 

 

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